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Al precipicio

Estoy enamorada de ti, de tu cuerpo, de tus manos, de tus piernas, tan más de ti. Estoy enamorada de ti, de tu boca parlante, de tu basilar incesante, de tu risa callejera, de tu cuerpo en la bañera… Del universo paralelo al que me incitas, de tus lunas, de tus tardes de café, de tus fibras cuando vibras, de tu andar. Estoy enamorada de ti y de ese lunar que ahora lleva mi nombre, de tu melancolía, de tus letras, de tu tinta. Estoy enamorada de ti, así tan absurdamente, al precipicio. Estoy enamorada de ti, así tan certero como la lluvia que moja. 

Entrada de seis.

Sopeso los pasos que he dado últimamente; fíjate que me dieron muchas ganas de contarte. Mejor te lo escribo: hoy dije tu nombre varias veces, a ver si, como el de rayas, te me aparecías. Camino a casa he vuelto a llorar sonriendo con la canción de las lunas de octubre. Adoro ese álbum. Adoro el sonido de las teclas de la computadora, cuando pienso y después tecleo. Una entrada de seis para aprovechar el día al máximo, dicen. Faltan tres minutos para que termine mi doble turno; preciso salir. Estoy bien, me siento tranquila, estoy aprendiendo a amar mis cargas. Esos días cargados de los que tanto te contaba. Tengo pendiente hablarte de la casa que encontré. Está en el centro del Puerto, por una calle colonial. Tiene paredes verdes y sillones rojos. Encontré un lugar favorito para reposar, con entradas y recovecos, como los que uso al hablar, y en los que nos perdemos. Se me ha antojado ir a Mérida. Debo irme.

sin tildes...

Dejarse ir, tanteando el camino en vista del regreso. Sollozando alegrías, despidiendo amores… ¿Dónde estás? Has cumplido, lo sé… lo habíamos dicho, habíamos hablado de lo inconcluso… ¿habías sentido esto? Creo que yo no… hoy siento tu ausencia más grande que la mía, ahora es tangible. El cursor parpadea y mi teclado agoniza; no deja borrar los errores ni acentuar las letras, no más tildes. Es como si se quejara de lo absurdo que parece todo. Se ha puesto en huelga. Hoy es el día de los santos muertos, no todos los vivos lo saben. Si vieras qué bien me ha caído la mañanita que no es mañanita. Tan humana y sin pecado, figúrate que, para encontrar el rumbo, sigo caminando. Me has dejado un último mensaje; casi un mes después me he animado a quitar un eslabón. Perdóname, era necesario. Agonizaba… Es tarde, y el fresco ya se siente. Ahora verás que me he ido solo por poco tiempo. Inconstante, inestable, me han llamado. Es un secreto a voces. Laura.

Mazamitla.

Quise saber de Mazamitla en el buscador. Me encontré contigo. Me he liado tanto que, al final, hice clic para averiguar. Ahí estábamos, buscando una casa en un pueblo lejano. Allá por abril. Por abril del diecisiete. Ya te vengo pensando otra vez. Ya te vengo pensando, y creo que te irás. Tengo tanto miedo de volverte a ver.

Hoy no hay lluvia.

Hay lágrimas que dejan cicatrices y otras que las contornean. Yo creo que las mías son como transeúntes. Salen de los lechos sin saber qué hacer; se sienten perdidas de tanto. ¿Pero hoy por qué? ¿Otra vez por qué? Mis lágrimas son muy mías y se escapan sin permiso. Corren y corren hacia tus labios como aquellas tardes de poesía. O las noches. Hoy han querido alcanzarme. Así está bien; he dejado que sigan. Sentí que debían avanzar y no caminar hoy por mis rumbos, pues después habría preguntas que no podría responder. Insistes, y no he dormido. Te invito a la lluvia y me dices que no habrá en tu pueblo. Vaya, Fulana de Mileto. Como Tales.

A los quince días.

Me he mirado las manos, cansadas como los trapos desteñidos de papá, como las risas más sinceras de mi abuela… esas últimas, en las que me decía que ya no quería más. He notado mis miradas más perdidas que en otros tiempos; dejé la florecita en un cajón de mamá. Tanto la atesoraba que olvidé lo que significaba. Quise partirla en dos. Solo se ha quedado en el cajón. He visto al destino actuar de diversas maneras y sigo preguntándome cómo sería si… Te he vuelto a ver en toda la ciudad, como antes, como hacía tiempo no lo hacía… Y es que tu nombre, que seguía atado a mi tinta, ya no se me hacía tan certero; se me andaba yendo por la borda del olvido, porque así es el tiempo, porque así es la vida, porque así son las cosas. Después de un abrazo, me quedo prendida de la alegría, cual muchachita de bachiller que cuenta las horas del fin de semana para que vuelva a ser lunes, como conjuro, para que pase más rápido. Vaya, que tengo todo en contra, pero ¿qué más da? Uno no debería pasarse la vi...

Las allozas caídas.

El almendro se ha mojado en la madrugada. Fue precavido al tratar de ocultarse, pero no ha sido suficiente. Se le han humedecido las hojas anchas que aún no han caducado, y ha perdido las últimas drupas que le quedaban. Todavía se pueden ver algunos almendrucos esparcidos por la vereda de mi casa. He coincidido con su agonía; él mismo se sabe caduco y a nadie conmueve. Quizá sea porque ya no tiene sus hojas lanceoladas ni sus flores pentámeras de color rosado. Mi almendro, qué viejo es, lamenta sus allozas caídas, que no pudieron ser salvadas. Todas las noches le hablo de ti; todas las noches salgo y, apoyada en el vallado, le sonrío. Seguro es mi quinto cigarrillo del día; siempre esos los dejo por la mitad para que no me sucedan, como sucede todo conmigo.